Ligera como una pluma. A cada golpe de cadera me desprendo de un velo más, cual bailarina oriental. Las vendas que cegaban estos ojos se han ido cayendo a la par que las hojas de los árboles. El frío invierno ha despertado la sensibilidad de la piel y por fin siento con consciencia.
Alguien dijo una vez que si en el año que ha pasado no has llorado de tristeza o de alegría es un año inútil. El dolor ayuda a que crezcamos siendo más fuertes, a impermeabilizarnos ante las lágrimas más que probables si ponemos el corazón en todo aquello que llevamos a cabo.
Los pensamientos estaban totalmente desordenados en este cajón de sastre, pero poco a poco van aflorando y en su conjunto empiezan a estar claros. La niebla se está disipando y por fin luce el sol. Ya no llueve. Ya no sobra nada Y siento que he cambiado, que he aprendido. Nunca es demasiado.