Allí estaban y ella los vio.
Por un instante, un sólo segundo quizás, su ánimo cambio de forma radical.
La alegría de un día de domingo, soleado y apacible, rodeada de gente, sintiéndose en compañía, con ánimo de disfrutar de las novedades que le estaba deparando el día.
Al verles, un sentimiento de tristeza repentino, de súbita ternura empañada por unas lágrimas que no se dejaron ver, una soledad al ser consciente de ser la única que les miraba viéndoles realmente.
Casi corriendo se alejó (¿metro o cercanías? ¡Deprisa, que nos dejan atrás!).
Pero volvió la cabeza, lo justo para observar el amor que desprendía la pareja.
Un amor que se desparramaba sobre aquellos que se dejaban amar.
Amor por la música.
Amor por una fe nunca perdida, siempre presente.
Amor a cualquier edad, en cualquier momento, en la circunstancia que sea.
Amor incombustible.
Un anciano toca con pasión un violín mientras su anciana esposa sostiene las partituras con paciencia y amor.
Las estampas de Jesucristo y la Virgen no son suficientes para sobrevivir en tiempos de crisis.
Si los veis no dejéis de mirarles.
Puede que desaparezcan en breve.
Su amor permanecerá en nuestra memoria.
* Fotografía: El violín de Ingres (Man Ray, 1924).